La Villita, el santuario mariano de los poblanos que ha perdurado en el tiempo | Los Tiempos Idos

El Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, conocido como “La Villita”, ha sido por casi 300 años, la fortaleza del culto mariano en Puebla. Su ubicación, al poniente del zócalo capitalino, la ha hecho testigo de revueltas, fusilamientos, manifestaciones y un sinfín de peregrinaciones, que han forjado la historia de la Ciudad de los Ángeles y de sus habitantes.

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La Villita fue consagrada el 12 de diciembre de 1722, desde entonces a la fecha, ha sido “el Santuario de la Virgen en Puebla”, sentencia el padre José Merino, rector del templo, quien dice que siempre ha sido un lugar de encuentro para muchos poblanos que acuden a misa los domingos y a las celebraciones marianas.

Además, refiere que el santuario siempre ha tenido gran importancia y no solo por su advocación, relata que la ciudad terminaba en la 11 y ahí era donde empezaba el camino rumbo a la Ciudad de México. Para ir a la capital la gente tenía que pasar por La Villita, lo mismo los que venían de Veracruz, que entraban por San Francisco para llegar aquí.

“Antes de salir de la ciudad, le pedían a María de Guadalupe que los acompañara y bendijera, después agarraban camino por la prolongación reforma, pasaban por el puente de México y de ahí a Cholula para seguir adelante. De regreso lo mismo, entraban por aquí e ingresaban al santuario para dar gracias a la Virgen. Y me refiero no solo a las peregrinos sino a todo el mundo que iba de viaje”, expone.

HA PERDURADO EN EL TIEMPO

Al encontrarse fuera de los límites de la ciudad, los llanos de enfrente a La Villita eran utilizados para prácticas de tiro del ejército (1768). También funcionaron como cementerio por el cólera y la viruela. Ahí fue fusilado el insurgente Miguel Bravo, tío del tres veces presidente Nicolás Bravo. En la historia más actual, fue plaza pública y zoológico.

Pese a todo ello, la fachada del santuario ha perdurado en el tiempo forrada con sus azulejos de Talavera y ladrillo rojo, así como su gran marco y tableros laterales en los que se muestran las apariciones de la Virgen de Guadalupe.

Fue a principios del siglo 20 que, en esos llanos que se trasformaron y hoy conocemos como Paseo Bravo, se instaló el famoso “reloj de El Gallito”, un obsequio de la colonia francesa a Puebla (1921) en conmemoración del Centenario de la Independencia de México; aunque muchos dicen que fue para reparar los daños ocasionados durante la segunda intervención de los franceses.

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“La verdadera liberación de Puebla no fue el 5 de mayo, esta es solo una fiesta de la mexicanidad. Después de la batalla, en la Toma de Puebla, el general Porfirio Díaz salió con el ejército mexicano del fuerte de San Juan, ubicado en el cerro del mismo nombre (ahora La Paz), justo donde hoy está el santuario de la Virgen del Sagrado Corazón de Jesús, y se dirigió a tomar el fuerte de San Javier (lo que fuera penitenciaria, Centro Cultural Poblano, hoy CIS). Después tomó Guadalupe, la colonia donde está ubicada La Villita, y desde ahí entró a la ciudad por reforma y fue peinando toda la ciudad”, señala el capellán.

Ahora “El Gallito” junto con La Villita, son un referente para los poblanos y punto de partida para manifestaciones que salen de ahí sobre reforma hacia el zócalo capitalino. Tal parece que, está tradición, viene de tiempo atrás.

DEVOCIÓN MARIANA

“El centro cívico es el zócalo capitalino, pero el centro humano de la ciudad de Puebla era el Paseo Bravo. Aquí llegaban todas las combis hasta que pusieron la RUTA. Recuerdo que hace 20 años todavía se reunía la gente afuera los domingos, era ´re bonito´, las chicas portaban con orgullo sus trajes típicos y cada quién hablaba en su lengua, yo no sabía si dar la misa en español, totonaco o qué”, señala el padre.

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Refiere que la edificación ha sido un sitio de mucho entusiasmo fundamentado en la fe, sobre todo en las festividades decembrinas en las que no solo se realizan actos religiosos como la misa de gallo o la misa de la salud a las que acuden cientos de poblanos, peregrinos y devotos de la Virgen de Guadalupe, sino también la verbena popular a las afueras del recinto que, este año por la pandemia, no se pudieron realizar.

“Este año sentí la muerte porque no hubo festejo. Las misas de gallo son preciosas, le llegan cantidad de arreglos florales a la Virgen y le cantan las mañanitas varia rondallas, entre ellas la estudiantina de La Salle”, expone Elia Rivera García quien con 75 años de edad, cada año, desde los 15, asistía en familia a La Villita.

“Desde niña mis padres me enseñaron a rezar el santo rosario y a no perder la fe. Yo doy testimonio de la Virgen María, sentí su abrazo en el ayate del indio Juan Diego hace 10 años que tenía una enfermedad de muerte y me cobijo”, advierte Susana Rosas Pérez quien es mariana devota y acude a La Villita desde pequeña.

Amparito Zurita de 80 años comenta que, cuando tenía 4 años, su tío Agustín la llevaba a La Villita y después de misa iba a la fuente que estaba frente a San Javier para llenar botellas con agua sulfhídrica que le ayudaban a mejorar los problemas que tenía en los pies, y no faltaban a las fiestas de la Virgen.

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“Venimos a La Villita al encuentro de Dios a través de la palabra y la eucaristía”, señala Aremí Jesús.

La pandemia “nos hace pensar hacia el futuro, en pasar de una devoción a María en masa (no  masificada) a una devoción más íntima y quizá más profunda, en el silencio de la vida privada y familiar (…) Menos gente en el templo, desgraciadamente sí, pero mucha más gente en el corazón, en el entusiasmo, en la devoción y así, en el seguimiento de Jesús y la Virgen”, sentencia el padre Merino.

Crédito de Fotos

Página de Facebook Puebla de Antaño, colección digital de Jesús Alcántara y Francisco Soto (Flickr)

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