Diálogos en el infierno | Los retos de la oposición en México, parte 1

En esta serie de textos que he denominado “los retos de la oposición en México”, primero hablaremos de las insuficiencias elementales de la campaña de Xóchitl Gálvez.

En la segunda entrega haremos una reflexión sobre las nuevas coordenadas de la comunicación política que se generaron con la irrupción del populismo en esta sociedad posmoderna, examinaremos algunos ejemplos de populismos en otros países y la manera en que han sido derrotados electoralmente. En la tercera entrega, haremos una revisión de los pasos básicos que deberían seguir para intentar recuperar terreno frente al régimen cuatrotero que se perfila a ganarlo todo, si la oposición continúa como hasta ahora.

La narrativa inútil

La salud de la República necesita de una oposición fuerte que pueda funcionar como contrapeso de las declaradas intenciones de Andrés Manuel López Obrador de transformar, de una vez y para mucho tiempo, las instituciones del Estado Mexicano. Lo que en los hechos significará la destrucción de la República, de la democracia, del Estado de Derecho, de la transparencia y la rendición de cuentas, de los medios de defensa de los particulares en contra del Estado. El país se convertirá en una autarquía gobernada por un partido dominante que usa a los partidos de oposición como parapetos para aparentar una supuesta democracia, pero éstos carecerán de la menor oportunidad de ganar el poder por la vía de los votos. Un sistema político parecido al de Venezuela.

El problema es la campaña de Xóchitl Gálvez, quien no ha sido capaz de posicionar una narrativa que la coloque en un espacio simbólico coherente y atractivo para vastos segmentos de la población, particularmente los anti MORENA y los indecisos.

El espacio simbólico se construye con un discurso diseñado para posicionar objetivos estratégicos. En el pasado los publicitas solían tomar el control del mensaje político y lo reducían a un conjunto de frases apoyadas sobre un slogan de campaña. Con la llegada de la 4t al poder, cambiaron las coordenadas de la comunicación política, dejaron de ser un juego para publicistas y se convirtió en una ciencia para sociólogos, historiadores, antropólogos, psicólogos sociales y comunicadores digitales. Los partidos y los candidatos no son una marca comercial y el poder político no puede equipararse con la competencia en un mercado de bienes o servicios. Se trata de una lucha cultural que comienza por el lenguaje.

¿Quién domina el espacio simbólico de la política en México?

Entendemos por espacio simbólico al conjunto de significados que predominan en el escenario político porque son los que la sociedad comprende y utiliza. El lenguaje que prevalece es el que determina el espacio simbólico de la competencia por el poder.

Sin duda, es el oficialismo quien tiene el control del lenguaje político dominante. La competencia está en el terreno que le conviene al gobierno para extender su mandato otro sexenio. Lo ha logrado con el uso abusivo de múltiples recursos y, con lo que parecería, la complicidad de una oposición que en el terreno de la opinión pública no ha logrado establecer un contrapeso efectivo.

Es el oficialismo quien ha definido el significado de la elección del 2024. La mayor parte de la sociedad lo entiende como “votar por el regreso a un (supuesto) pasado de corrupción, insensible e inmoral, o continuar la transformación con un (supuesto) gobierno honesto y cercano al pueblo”.

Los roles de las candidatas también los ha definido el oficialismo. Para ellos, Xóchitl es la (supuesta) representante de las élites corruptas del pasado que se resisten a dejar el poder; es un engaño, un producto de la mercadotecnia que utilizan los poderosos ante su desesperación por recuperar sus privilegios. Por otra parte, el oficialismo ha posicionado a Claudia como la hija política del caudillo López Obrador que tiene la misión de profundizar la transformación del país mediante un gobierno nacionalista que protege a los de abajo y trabaja, supuestamente, por construir un México más igualitario.

Xóchitl no ha podido establecer sus propios significados. La gente no sabe qué es lo que la oposición ofrece, si es un regreso al pasado como afirma el oficialismo o una opción de futuro. Tampoco sabe en qué consiste ese futuro. El relato de la candidata opositora es pobre de emotividad y de contenido, por lo tanto, carece de importancia para las grandes audiencias de votantes.

Tampoco ha podido definir lo que para Xóchitl significa la candidata del oficialismo. La gente asocia a Claudia Sheinbaum con la continuidad. Quizá no sea una líder carismática y cercana pero basta con que sea la heredera del legado obradorista. Y como ese legado es bueno para mucha gente porque la oposición cuando lo critica, lo hace sin la emotividad que mueva sentimientos, las críticas son como palabras huecas que pasan desapercibidas. Por lo tanto, Claudia Sheinbaum está cómoda y presta a recibir millones de votos a pesar de sus grandes debilidades personales y de grupo político.

El problema de Xóchitl no es solo de Xóchitl, ni siquiera de los partidos que la postulan, es un problema para todos los mexicanos, incluso de los que aún no nacen. A la distancia parece que esa campaña carece de orden y de estrategia. La candidata ha dejado de ser quien era y en esa medida dejó de ser diferente, se alejó de su audiencia y no le dice nada a otras audiencias. Ojalá que la candidata entienda que en sus decisiones se juega mucho más que el resultado de su elección, es el futuro de México para los próximos 30 años. Si la campaña de Xóchitl continúa por el camino que tomó hace unos meses, el resultado previsible es un desastre electoral y después un desastre institucional que nos condenará a vivir bajo el yugo de un gobierno mediocre pero todo poderoso, sin contrapesos políticos ni institucionales.

 

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